miércoles, 9 de junio de 2010

Carta a la Asamblea General de la INPM, Martha G. de Valladares

H. Asamblea de la Iglesia Nacional Presbiteriana
Estimados hermanos en Cristo:
Como miembro en plena comunión de la Iglesia Nacional Presbiteriana El-Shadday, pero principalmente como hija de Dios, me permito expresar mi sorpresa e indignación ante el nuevo status del papel de la mujer en la Iglesia que aparece en la nueva Constitución, y que considero totalmente ajeno a las enseñanzas de Cristo y Su voluntad, ya que deshonra a la mujer que es creación suya tanto como el varón, hecha igualmente a su imagen y semejanza y con el mismo propósito de amarle, servirle y obedecerle. Estoy consciente de la existencia y necesidad de organismos que regulen y mantengan la visión de la Iglesia de Cristo y la sana Doctrina, y la protejan a través de una serie de estatutos que conforman su Constitución, y que todas las Iglesias afiliadas a estos organismos tienen la obligación de cumplir. Reconozco asimismo que ignoro muchas cosas sobre la estructura y funcionamiento de dichos organismos, pero conozco a Dios a través de Su Palabra y lo amo con todo mi corazón, mis fuerzas y entendimiento. Sé que podría citar muchos versículos de la Biblia para sustentar mi posición, pero sé también que a través de los siglos esto ha sido motivo de grandes controversias que no han llegado a ningún lado pero si han dañado muchas vidas. En lugar de reconciliar, han provocado pugna y desunión en la Iglesia, Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.
Lo que puedo hacer es compartir mi experiencia como mujer con el deseo ferviente de que hagan un análisis serio y honesto de las Sagradas Escrituras, y reflexionen en las implicaciones que esto puede tener en un mundo en el que la mujer ha ido poco a poco y con mucho esfuerzo, demostrando su capacidad, obteniendo cada vez más espacio y presencia en todas las esferas, sin contar que más de la mitad de la población es del sexo femenino. Toda mi vida me he sentido muy orgullosa de ser mujer; pero también, desde pequeña y a medida que crecía, me fui dando cuenta, por lo que observaba, y por lo que implícita y explícitamente se me comunicaba, que el hombre era superior a la mujer, y por consiguiente, la mujer no era capaz de desarrollar actividades ni papeles importantes ya que se daba por sentado que eran propias y exclusivas del varón. Literalmente, la mujer no tenía ni voz ni voto, ya que ellos eran los del conocimiento y sabiduría, y por consiguiente los que debían tomar las decisiones. Además, fui descubriendo que esa posición no solamente era propia de mi casa en donde paradójicamente mi abuela ejercía un papel de control y mando, sino que era la posición normal y general, que asumí como “verdad”, ya que también en la Iglesia, que era la máxima autoridad, así se acostumbraba y así se predicaba.
Yo era muy callada y muy bien portada, pero también muy observadora, y conforme pasaba el tiempo iba apreciando cada vez más el valor y la inteligencia de la mujer, así como las limitaciones sociales, políticas y religiosas que impedían que se valorara, desarrollara y aportara su gran potencial. Su espacio se limitaba al hogar. y sus roles a ser madre, esposa y ama de casa. Aunque no lo expresaba, por timidez o por temor a ser regañada, esta situación me parecía injusta, y generó en mi angustia, inseguridad y baja autoestima, porque llegué a la conclusión de que por más que me esforzara, nunca podría romper con el estereotipo de mujer creado por la cultura, la sociedad machista, y tristemente también por la Iglesia, quien además, con sus dobles mensajes y su rigidez ausente de la Gracia de Dios, me crearon mucho conflicto y una crisis de identidad. Amaba mucho a Dios pero no me sentía amada por él… Ahora puedo verlo, me sentía como el hermano mayor de la parábola del Hijo pródigo.
Sin embargo Dios verdaderamente me amaba, pues a través del estudio y reflexión de Su Palabra y la dirección, testimonio y apoyo de hijos e hijas suyas verdaderamente comprometidos con él, en Su gracia pude verdaderamente reconocer, (no repetir simplemente sin mucha convicción), que soy pecadora; y pude sentir y aceptar con enorme gratitud la salvación que por medio del sacrificio de su Hijo Jesucristo recibí, así como la seguridad de mi valor e identidad como Hija en la familia de Dios, con todos los privilegios, promesas, esperanza, así como un compromiso de crecer y trabajar para el extendimiento de Su Reino, de acuerdo a Su llamado, la dádiva de sus dones y la presencia de Su Santo Espíritu, para cumplir las tareas que de allí en adelante me asignara.
En relación con el trabajo que me ha permitido desarrollar dentro y alrededor de la Iglesia, quiero dar testimonio del apoyo que recibí principalmente de mi esposo quien valoraba mucho a la mujer y consideraba de suma importancia su papel en la Iglesia. De igual manera valorábamos mucho nuestra pareja, y la considerábamos una gran bendición de nuestro Dios. Al poco tiempo nos llamó a compartir esta bendición con nuestra Iglesia y nos abrió las puertas para hacerlo en el Departamento de Educación Cristiana, para lo cual tomamos un curso en el Seminario Teológico Presbiteriano por extensión, e iniciamos también el ministerio de “Células” o “Grupos Pequeños”, que enriqueció la vida de la Iglesia y sobre todo nuestras vidas. Quiero subrayar que no obstante que nos preparamos para estas tareas tomando diversos cursos, la motivación y la fuente fue para los dos y sigue siendo todavía para mí, el poderoso y fascinante ministerio y ejemplo que tenemos en Cristo. Esto nos permitió acercarnos, “verlo de cerca”, aprender y caminar por la vida juntos a la luz de Su Palabra y de sus enseñanzas tan prácticas como actuales. Nos marcó mucho la relación tan sensible, empática e integral que tuvo con los marginados, los rechazados, los impuros, los enfermos, los necesitados, con quienes de alguna manera y en diferentes circunstancias nos identificamos.
También nos impactó mucho, por la realidad en la que siguen viviendo, en pleno siglo 21, gran parte de las mujeres: injusticia, explotación, desprecio, abuso y acoso sexual, inseguridad, falta de garantías, derechos y educación. Y en contraste muy marcado la forma en que Jesús las trató. Con su amor y aceptación, no sólo las dignificó y valoró, sino que las incluyó en su ministerio y las envió a dar las buenas nuevas, rompiendo así las barreras sociales, culturales y religiosas existentes, y mostrando de esta manera parte de lo que significa el establecimiento de Su reino en este mundo como lo dice en Gálatas 3:28,29 “Ya no hay judío ni griego; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa.” El Reino de Dios es una realidad que estableció Cristo con su venida hace ya más de dos mil años. Nuestra tarea como cristianos y como hijas e hijas de Dios es extenderlo, es un mandamiento y debe ser la prioridad de la Iglesia. Hacer discípulos, que amen a Dios y le sirvan.
Esto es y ha sido posible a través de su Santo Espíritu que fue derramado en el Pentecostés cumpliéndose la promesa divina comunicada por Joel 2:28,29 en que “derramaría Su Espíritu sobre todo ser humano y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas…..”, así como la certeza de que la Obra es de Dios, y para que la llevemos a cabo nos da dones. Dice Su Palabra “hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo… Él reparte a cada uno en particular como él quiere.” Nadie puede dar lo que no tiene. Regresando a la nueva Constitución, estoy convencida que los estatutos son importantes en la medida que no lastimen o nuestra integridad o amenacen la dignidad y honra, en este caso como hijas muy amadas de Dios rescatadas con su sangre preciosa derramada en la cruz del Calvario para gloria y honra de Su Nombre y para amarle, obedecerle y hacer las “buenas obras” que de antemano preparó para cada uno de sus hijos e hijas.
Levanto la pregunta: esta medida en la nueva Constitución en relación con la mujer (desconozco las otras), ¿es para la gloria de Dios y para contribuir a la unidad y la edificación del Cuerpo de Cristo? Ustedes tienen la palabra…. Personalmente, me siento muy triste e indignada. No puedo aceptar que se borre de un plumazo mi privilegio como hija de Dios, heredera de Dios y coheredera con Cristo, de servirle de acuerdo a su llamado y voluntad porque las autoridades eclesiásticas, no Dios, así lo decidieron, aclarando que no estoy pensando o deseando ser pastora, no tengo la preparación teológica, ni es mi llamado. Dios no me va a pedir algo que no pueda hacer. Pero conozco mujeres que han sentido ese llamado y han luchado mucho para ser ordenadas y predican su Palabra con gran fervor, sabiduría y poder de Dios y el Espíritu Santo está con ellas y son de gran bendición. En nuestra Iglesia tenemos diaconisas y nunca había visto servir en este ministerio con tanta dedicación y gozo, me impresiona su humildad, su servicio, su entrega, su sensibilidad para tratar a la gente que asiste y estar pendiente de sus necesidades, y su sonrisa y comprensión siempre presentes. No me cabe la menor duda que Dios las ha llamado para este ministerio. Dios tiene tareas específicas y especiales, diferentes para cada uno de sus hijos e hijas.
Por último quiero enfatizar el hecho de que Dios nos creó diferentes de acuerdo con Su voluntad, y por lo tanto como hombre y mujer tenemos perspectivas diferentes, iguales en importancia y tan necesarias unas como las otras para poder tener una visión más completa, más plena. Estas diferencias fuera de oponerse nos complementan y nos enriquecen. Esa es mi experiencia como esposa y esa es mi experiencia en el trabajo como pareja en la obra de Dios. Es mi oración que Dios les guíe y consideren la importancia del papel de la mujer en Su Iglesia, pues además, vivimos en una ciudad sobrepoblada con grandes necesidades espirituales, morales, físicas, afectivas, dominada por el materialismo, el placer sexual desenfrenado, el alcoholismo, la drogadicción, egoísmo, fanatismo, corrupción, crimen, injusticia, división y encono político, desempleo, inflación, pobreza extrema, injusticia y ausencia de esperanza. Se necesitan hombres y mujeres que amen a Dios y compartan con ellos lo que Dios ha hecho en sus vidas.
En el amor de Cristo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario